148 días, 148 insultos

“La historia tiene ya el número de páginas suficientes para enseñarnos dos cosas: que jamás los poderosos coincidieron con los mejores, y que jamás la política (contra todas las apariencias) fue tejida por los políticos, meros catalizadores de la inercia.”  Don Camilo José Cela

Sin pretensión alguna y con el mayor y humilde respeto, el inicio, con la cita de Don Camilo, no merece la proximidad espacial con el resto que sigue. De esta manera, este primer párrafo, no tiene otro cometido que espaciar sin dejar vacía de contenido la entrada en la Cuarentena Demagoga. Quede claro que tan excelso autor no merece el castigo de compartir contexto con el delirio errático de una mañana de domingo, en un gris y otoñal mes de noviembre.

Dicho lo dicho, no cabe la menor duda de que somos afortunados al tener un habla rico en insultos. Al igual que es indudable la capacidad que, a no pocos,  la sabiduría de su uso ha dotado. Frecuente es su uso también es en aquellos cuya falta de la palabra y desconocimiento de vocabulario, abocados quedan a su descontrolado uso.

Cuando la elegancia de la forma envuelve la palabra. Prosas donde  la mayúscula de inicio daba pié al hermoso baile de nombre, verbo, adverbio, adjetivo… El baile respondía a la melodía del verso de una bella canción compuesta de manera que, cuando así procedía, insultaba con tan cruenta habilidad que servia para mostrar hasta la última miseria del aludido ser.

Hoy día, tecnología en mano, como tantas otras buenas costumbres, perdídose la forma. El envoltorio desaparecido está. El habla ha muerto. Asesinada por simples faramalleros.

De todo ello, responsable es la zurumbática sociedad. Creadora de la clase política dominante, los medios de comunicación y los mequetrefes del oportunismo.

Zascandilenado con su dominio extendido por un secarral ávido del «todo vale» del idealismo y liderazgo. Sembrando el odio generalizado como alimento de la masa, regado el cultivo con la censura de la cultura y recolectando a guadaña de afilado vacío mental.

Ahí están estos despreciables mezquinos, parásitos de una democracia lechuguina ignorante de su propio reconocimiento y de su mérito haciendo su mayor demérito.

Faltos de la gracia del insulto. Indefinidos del adjetivo, que en su única forma, describa de exacta manera a estos seres de tan dudosas cualidades dotados. Día tras día, ocurrencia tras ocurrencia, haciendo del badulaque su agenda.

Con la esperanza marchita de la mejoría del paciente terminal en que se ha convertido esta España, gracias a tanto hideputa, para gozo de unos muchos, entre los que me incluyo, siempre quedará la palabra escrita, en su justa medida y oportuno momento.

Ahí esta la brillantez y humor de autores como Don Camilo, así como el afilado y certero dardo de Don Arturo. Estandartes, sin igual, del insulto como Dios manda.

«Por favor, concédanme el honor de ser tan bien insultado que orgulloso me sienta».

Pero, mas que me pese no poder gozar del honor de su apelativo,  mejor no dejar morir lo ya escrito y que, lo que venga por escribir, siga dando mandobles a diestro y siniestro a todos estos, a ver si se caen del guindo y se van a la mierda.


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